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El Índice Planeta Vivo 2024 revela la escala de la crisis de pérdida de biodiversidad. Entre 1970 y 2020, las poblaciones de vida salvaje se han desplomado un 73% de media. Esta cifra se basa en el estudio de casi 35.000 poblaciones de 5.495 especies de anfibios, aves, peces, mamíferos y reptiles. La región más castigada es América Latina, que ha perdido el 95% de su vida salvaje. Las especies de agua dulce experimentaron el mayor declive: un dramático 85%.
Cuando la población de una especie cae por debajo de un determinado nivel, el ecosistema en su conjunto se puede volver más vulnerable. Esto también merma los servicios esenciales para el bienestar humano que proporcionan los ecosistemas: alimentos, agua limpia o la regulación del clima. Un ejemplo es el pez loro Sparisoma viride. Son los jardineros de los arrecifes, pues se alimentan de las algas y los microbios que crecen en la superficie de los corales. Así mantienen el arrecife sano, asegurando que los corales tienen la luz, el espacio y los nutrientes que necesitan para crecer. Pero cuando la población de pez loro disminuye por la sobrepesca, las algas proliferan sin control, provocando la muerte de los corales. Esto no sólo impacta a las poblaciones de peces e invertebrados que viven alrededor de los corales: también amenaza a las comunidades costeras que dependen de los arrecifes para su alimentación, su medio de vida y para protegerse de las tormentas.
El islote de Milman es una reserva marina con el máximo nivel de protección dentro de la Gran Barrera de Coral. Pese a ello, entre 1990 y 2018 se produjo un declive alarmante en su importante colonia reproductora de Tortuga carey: una especie en peligro crítico de extinción. Los científicos sugieren que, a este paso, esta población de la especie en el noreste de Australia podría extinguirse localmente en tan solo 12 años. Las tortugas carey son vulnerables a la pérdida de hábitat, el cambio climático, la captura legal e ilegal, así como a la pesca accidental.
Entre 2004 y 2014, el 78-81% de los elefantes de selva del Parque Nacional Minkébé murieron a manos de cazadores furtivos de Gabón o llegados del vecino Camerún. Hay pruebas fehacientes de que la masacre de esta población, considerada en peligro crítico, se produjo para surtir al comercio ilegal de marfil. Se estima que casi la mitad de todos los elefantes de bosque de África Central viven en Gabón, por lo que los científicos consideran que una pérdida de esta magnitud es un revés considerable para el futuro de la especie.
Se cree que el declive de las colonias de pingüinos barbijo (94) entre 1980 y 2019 está relacionado con los cambios en el hielo marino y la escasez de krill debido al cambio climático, y al aumento de la pesca de krill antártico. Con más calor hay menos hielo marino y, en consecuencia, menos krill: unos crustáceos parecidos a los camarones que son el principal alimento de los pingüinos. Así, estas aves tienen que pasar más tiempo buscando alimento en el mar, lo que puede aumentar el riesgo de fracaso reproductor.
Entre 1994 y 2016, en la reserva de Mamirauá, la población de delfines rosados de río del Amazonas (boto) disminuyó un 65%, mientras que la del tucuxi, más pequeño, se redujo un 75%. Los delfines son vulnerables a la captura accidental en redes de pesca y también se cazan para ser utilizados como cebo. Investigaciones recientes indican que la tendencia a la baja continúa y que el cambio climático es una amenaza creciente. En 2023, durante un periodo de calor y sequía extremo, más de 330 delfines de río murieron en tan solo dos lagos.
La especie se extinguió en la naturaleza en 1927, pero se ha recuperado (1950 - 2020) gracias a la cría en cautividad a gran escala, las reintroducciones y las translocaciones (en diez países de Europa). La mayoría de los bisontes (91-100%) viven en espacios protegidos, y la especie tiene protección legal en toda Europa.
La pérdida y degradación del hábitat, la sobreexplotación, las especies invasoras, las enfermedades y la crisis climática son las mayores amenazas para la vida silvestre en todo el mundo. Nuestros sistemas alimentario y energético son los principales impulsores de estas amenazas, y necesitan una transformación urgente.
¿Cómo podemos revertir la pérdida de naturaleza?